domingo, 20 de abril de 2014

El abuelo.


por Hugo Bruschi en el Año de la Dignidad.



Llegaba puntual, 5 minutos antes de la campana de salida. Y lo hizo desde el primer año de escuela. Jorgito corría hacia él y él lo alzaba en brazos hasta sus hombros y así lo llevaba las pocas cuadras que lo separaban de su casa. Jorgito se sentía enorme, un gigante que veía por encima de los demás. Llegaban a la casa y la abuela esperaba al nieto con café con leche o tal vez con chocolate los días de frío. Tampoco faltaban los bizcochos de la tarde, que la panadería del barrio sacaba a las 16 hs. Luego mirarían televisión o si el tiempo permitía, iban a la placita en donde habían algunos juegos infantiles o a remontar la cometa, que el abuelo construyó con unas cañas de tacuara prolijamente y bien lijadas, para que alguna astilla no fuera a lastimarlo. Los padres de Jorgito trabajaban y como de costumbre no llegarían a buscarlo hasta las 19.30 hs., dependiendo claro está, del trásito en la Ciudad, que como se sabe a esas horas suele ser complicado.

Los años fueron pasando y Jorgito ya cursaba el sexto de escuela, ya el abuelo no podía levantarlo como cuando era pequeño, ya no podría ser más el gigante que todo lo veía. Y ya no quería jugar más en la placita con los mas chicos. Lo anotaron en un club y ahora jugaba al fútbol. Soñaba con ser Maradona y su abuelo le compró una camiseta del Nápoles con el 10 a la espalda. Iban 2 veces por semana y el resto de los días paseaban por la rambla si el tiempo estaba lindo o iban a pescar que tanto le gustaba a Jorgito. El abuelo le compró un equipo completo y Jorgito soñaba con enganchar una corvina, del mismo modo que soñaba eludir al golero y convertir el gol. Como Maradona claro está. Fue un niño feliz en términos de cariño y gustos satisfechos.

Ya había ingresado a la Universidad, ya el abuelo no lo esperaba más a la salida ni la abuela con los bizcochos. Ahora lo esperaría la noviecita o él la esperaría a ella. La vida universitaria lo iba introduciendo en temas que nunca imaginó, pero que fue descubriendo como parte de la Sociedad que le tocaría vivir. Temas de los cuales, jamás oyo hablar en su casa, temas que ahora como futuro abogado no podría eludir. La Ley de Caducidad o de la Pretensión Punitiva del Estado, para hablar en el idioma de Jorgito, tendría que ser estudiada seguramente, dado que aún se presentan recursos contra el Estado. Ya había visto algunos carteles y murales con rostros de personas desaparecidas. Y el se preguntaba al comienzo, que habría pasado y en que circunstancias habían "desaparecido". Abrumado por todo este cúmulo de información que la vida universitaria le suministraba, decidió hablar con sus padres. Dirigiéndose a su progenitor le Dice: Vos sabías de estas cosas? y el padre trató de explicarle que formaron parte de un período que es mejor olvidar, de un período en donde se cometieron excesos de parte de ambos bandos enfrentados, de un período que exigió la intervención enérgica de las FFAA, cuando nuestra existencia como País estaba en juego, cuando la Patria estuvo amenazada por agentes extranjeros.

Jorgito estudiaba derecho y no podía entender que los culpables de conspirar contra el País, no fueran juzgados con los instrumentos que el Estado contempla. Porqué en lugar de estar presos habían desaparecido esos conspiradores? Su padre le aclaró, que muchos de ellos habían cambiado sus nombres y ahora estaban en Europa. Y que aún persisten en la Sociedad elementos que tratan de ensuciar la imagen de los militares. Que muchos de esos familiares están atrás del dinero que le puedan sacar al Estado, como incluso lo reconoció un ex-tupamaro que hoy es Ministro de Defensa. Necesitas más pruebas de lo que te acabo de explicar? Sin embargo había algo que no encajaba como se dice, algo que no le quedaba muy claro al joven estudiante de derecho.

Un día que se ausentó de clase por algunos minutos, tal vez al baño, encuentra a su regreso sobre su escritorio de trabajo, una lista. Mira a su alrededor y nadie hizo un gesto como diciendo: "fui yo que te la dejé". La guardó en su bolsillo a la espera de poder leerla tranquilo. Por orden alfabético figuraba en la lista, el nombre y apellido, el cargo o grado de los más conocidos torturadores policiales y militares. Recorre la lista con curiosidad y de pronto sus ojos se detienen en un nombre. Su mundo se derrumba, aquella niñez feliz se borró, dejando paso a un joven destrozado. El abuelo, el mismo que lo esperaba en la puerta de la escuela, el que lo hizo sentirse un gigante, el que le compró la camiseta de Maradona, estaba denunciado por sus víctimas sobrevivientes, como uno de los torturadores más sádicos. Un violador de mujeres indefensas, sin derecho a abogado defensor en cárceles clandestinas junto a otros prisioneros. Su mundo ya no sería el mismo, en cuestión de segundos había madurado tanto, que se sentía un viejo sin ganas de vivir. Qué hacer, cómo volver enfrentar la sonrisa y la mirada del abuelo sin sentir asco, como tomar distancia de tanta miseria humana, cómo evitar el vómito cuando lo volviera a encontrar? Y si todo fueran falsas acusaciones, si el nombre coincide con otro y su abuelo fuera inocente de tanta ignominia? Trató por instantes repasar algunos hechos, que le quedaron grabados cuando era niño. Aquellos asados entre Amigos del abuelo, que siempre terminaban a los gritos, en donde aquellos hombres levantaban sus copas de vino y decían: "salud camaradas" o cuando alguno de ellos pronunciaba unas palabras y hablaba de la Patria y otras cosas que no recordaba.


Decidió confrontar al abuelo y no sabía como hacerlo. No se le ocurrió nada mejor que tirarle la lista arriba de la mesa de cocina. El abuelo creyendo que se trataba de algún trabajo a presentar en la Facultad,se puso los lentes y comenzó a repasar los nombres con aire de indiferencia. "Sos muy joven para entender estas cosas"le dijo. Jorgito le respondió, que por eso vino hasta él, para que se las explicara. Y el abuelo no tuvo más remedio que comenzar, con el mismo argumento que en otros tiempos escuchó. Que la Patria, que los subversivos, que los cubanos, que los rusos. El nieto lo interrumpe y le pregunta si los niños, las mujeres violadas, las casas robadas, las personas secuestradas en Bs.As. y luego desaparecidas, formaban también parte de la defensa de la Patria. "Jorgito, jamás hubiera pensado que tú también te hicieras eco de tanta canallada, de tanta mentira". Jorgito trataba de explicarle que se trataban de delitos muy graves, de lesa humanidad como había aprendido en la Facultad y por tanto eran de carácter permanente. El abuelo a esta altura no encontraba ya argumentos para su defensa y seguía insistiendo en los "espíritus de revancha" y en las campañas destinadas a desprestigiar el uniforme de la Patria. No lograban entenderse y Jorgito optó por ponerle fin a la discusión que ya subía de tono. Pero era evidente a todas luces, que ya el abuelo no sería más aquella imagen que él se forjó en su niñez y hasta lo hizo sentirse un gigante sobre sus hombros. Hoy Jorgito camina por las calles cabizbajo como queriendo pasar desapercibido y tal vez esté pensando en cambiar el apellido. No todo está perdido.....