martes, 12 de enero de 2016

Mentalidad empresarial


por Hugo Bruschi en el Año de la Resistencia.

Hubo un tiempo en este País, donde podíamos distinguir claramente una corriente de izquierda, a la de una corriente de opinión de derecha, una medida de derecha a una propuesta de izquierda. Existían Partidos que a juicio del ciudadano, respresentaban intereses incompatibles e irreconcialiables. Ese tiempo pasó y quedó en el recuerdo como la final de Maracaná, con la diferencia que mientras los amantes de la celeste sueñan con repetir la hazaña, los Partidos políticos parecen satisfechos con su nuevo rol y su presente empresarial, sin volcar la mirada a lo que fueron. Y tal vez tengan razón, en el fondo son conscientes que no son ellos quienes tienen la última palabra, ni siquiera la penúltima.
Ellos tendrán que funcionar como empleados de una gran multinacional de las ganancias y cumplir con la tarea a satisfacción de sus propietarios, lo contrario puede significar el despido con las consiguientes consecuencias para sus carreras. Así las cosas, no queda mucho espacio para la vacilación o la duda y menos aún para la ineficacia. Y dentro de esa lógica capitalista de tener al frente del negocio a los más competentes, los Partidos funcionan como pequeñas empresas, agencias que representan los intereses de la casa matriz. Por tanto también sus empleados - esos que se hacen llamar políticos - competirán por el ascenso y los premios de fin de año, bajándose los pantalones si fuere menester, para agradar al gerente general.
Sin embargo estas nuevas empresas que compiten entre sí, el monopolio de la alcahuetería y los deberes bien hechos, deben presentar otra imagen para afianzar la fidelidad de los clientes, esos que muchas veces son tentados por la competencia desleal que les propone darles la espalda y no votarlos más para no caer en la complicidad. Y para ello cuentan con recursos que no reparan en medio alguno, con tal de alcanzar sus propósitos. La clientela tendrá que permanecer fiel a la marca, al precio que sea. Se repartirán camisetas estampadas, promesas de un futuro promisorio que jamás soñaron, un bienestar a la vuelta de la esquina. Y para aquellos que aún dudan del producto, le ofrecerán alternativas entre los  "ortodoxos y los renovadores", entre los "discrepantes y los que quieren girar". La empresa es amplia y los supuestos accionistas tienen derecho al voto. Hay que dar la imagen que tan buenos resultados arrojó en el pasado, un sector luchando por los intereses populares, ante una derecha que hacía hincapié en las ganancias que luego todos podrían disfrutar. La gente no podrá percibir que todo se trata de un negocio, en el que no van nada, en el que sólo juegan el papel de clientelas de una empresa administrada por hábiles charlatanes y vendedores de ilusión. Que viven comodamente de la ingenuidad popular que los aplaude, de la fidelidad a los colores del envase, que como la Coca Cola, trata de mantener el logo a pesar de los años. Y al mínimo tropiezo o sospecha de irregularidades en la que creen "su empresa", se lanzan a las calles a gritar su apoyo a estos sacrificados representantes de los intereses populares, que cometieron "errores de gestión" por lo que las cárceles están llenas. Sólo en la cabeza de aquellos que aún creen en las derechas y en las izquierdas, en los buenos y los malos, se pueden dar estos escenarios sin percibir que al igual que Maracaná forman parte  de la memoria.